Cuando en nuestras clases nos centramos abiertamente en crear un estado positivo para el aprendizaje, empezamos a establecer en los cerebros de los alumnos, unas asociaciones entre el aprendizaje y el placer que les va a durar toda la vida. Ian Gilbert (2016)
Correlato neural de las emociones
La neurociencia está demostrando que las personas con una gran actividad cerebral en la corteza prefrontal izquierda son más propensas a experimentar sentimientos asociados a la felicidad, la alegría o el entusiasmo. Por el contrario, aquellas con una elevada actividad de la corteza prefrontal derecha (en conjunción con una actividad baja de la corteza prefrontal izquierda) son más propensas a experimentar sentimientos relacionados con la ansiedad o la tristeza. La corteza prefrontal, sede de las llamadas funciones ejecutivas, es crucial en los procesos de regulación emocional y la región izquierda, en concreto, es capaz de inhibir la amígdala facilitando la resiliencia (Davidson, 2012).

Las preguntas que nos planteamos son las siguientes: ¿Podemos elevar la actividad de la corteza prefrontal izquierda y así convertirnos en personas emocionalmente más positivas? ¿Es posible aumentar las conexiones entre la corteza prefrontal y la amígdala que nos permita soportar mejor las adversidades de la vida?
La respuesta nos la dan las modernas investigaciones en neurociencia y es afirmativa. Las imágenes cerebrales de personas que practican la meditación con regularidad (en especial el mindfulness) revelan que son capaces de aprender a redirigir sus sentimientos y pensamientos y con ello reducen la actividad de la corteza prefrontal derecha y aumentan la de la izquierda, la asociada al bienestar (Davidson et al., 2003). Desde la perspectiva educativa, todo lo que nos relaja es útil, de ahí la importancia de acabar las clases de forma distendida, independientemente de los problemas que hayan surgido durante las mismas.
Efecto de las emociones positivas
Las emociones positivas tienen efectos beneficiosos sobre el aprendizaje al mejorar procesos relacionados con la atención, la memoria o la resolución creativa de problemas. Con la simple observación de imágenes que constituyan estímulos diferentes, ya sean positivos, negativos o neutros, se activan diferentes regiones cerebrales. En el caso de los positivos, interviene el hipocampo que favorece los procesos memorísticos y de aprendizaje mientras que, en el caso de los negativos, se activa la amígdala (Erk et al., 2003):

O al ver películas que provocan diferentes emociones, en el caso de las positivas, se mejora la atención o el pensamiento global (Fredrickson, 2005). Otros estudios recientes demuestran que los niños con bajo rendimiento académico se motivan más si las actividades de aprendizaje les resulta divertidas, como puede ser en el caso de juegos o actividades artísticas (Hardimann, 2012).
Cada persona en su niñez necesita retos y disfrutar del aprendizaje, porque sabemos que existe una correlación fuerte entre el clima emocional existente en el aula con el éxito académico (Reyes et al., 2012).
Se ha comprobado que conseguir el llamado ratio de Losada, una proporción de 3 a 1 entre emociones positivas y negativas, tiene efectos beneficiosos a nivel social o mental y que esa predominancia de pensamientos o interacciones positivas es importante en las relaciones familiares, laborales y, por supuesto, en las educativas (Fredrickson, 2009).
El clima emocional positivo en el aula: de la teoría a la práctica
Sin obviar que cierto grado de estrés ayuda al alumno a mantenerse activo y puede ser bueno para su rendimiento, cuando alcanza cotas altas o se vuelve crónico resulta muy perjudicial por lo que, en la práctica cotidiana, el aprendizaje requiere trabajar con emociones positivas. A continuación comentamos algunas estrategias que se han implementado y comprobado que son útiles para promover entornos de aprendizaje positivos.
- Elogios sí, pero los adecuados: Para incentivar su motivación de logro, el alumno ha de ser consciente de su propio progreso. Es por ello que resulta beneficioso utilizar refuerzos sociales como el elogio, siempre que sea adecuado. Cuando elogiamos al alumnado por su esfuerzo o actitud y no por su capacidad o inteligencia estamos fomentando su perseverancia y cuando se enfrente a tareas novedosas de mayor dificultad será más difícil que decaiga su empeño. Por otra parte, el elogio específico (“Veo que estáis asumiendo grandes responsabilidades en este trabajo”) es más beneficioso que el general (“Buen trabajo”). Y no olvidemos la importancia de determinados refuerzos no verbales como pueden ser una mirada cómplice, una sonrisa o un simple golpecito en la espalda.
- Rutinas: La realización de determinadas rutinas aporta seguridad al alumnado y puede ayudarle a que mejore su sentido de afiliación y de pertenencia al grupo, tan importante para cultivar las buenas relaciones en el aula. Se puede comenzar la jornada diaria dedicando unos minutos a la lectura y reflexión de algún tema de actualidad, se puede acabar la misma dedicando unos minutos a la relajación o se pueden dedicar unos minutos a felicitar todo el grupo a quien celebre su cumpleaños. Siempre utilizando rituales adecuados a la edad del alumnado.
- Conectados con la comunidad: Para que el aprendizaje sea significativo, la escuela no puede estar desconectada de lo que ocurre en la vida real. Qué interesante es que, frecuentemente, alumnado de cursos diferentes, familiares o representantes cercanos de la comunidad puedan compartir sus vivencias y experiencias. El cerebro social de nuestro alumnado lo agradecerá. En palabras de Richard Gerver: “La comunidad que nos rodea puede proporcionar la historia que vamos a escribir. Si la historia procede únicamente del personal docente, siempre será una fantasía; si procede de todos nosotros, será real” (Gerver, 2012).
- Positividad siempre: Es una realidad que en la escuela, tradicionalmente, ha predominado la detección de errores en detrimento de mostrar las fortalezas o virtudes (en los exámenes prepondera el subrayado en rojo de los errores). Para luchar contra las actitudes negativas que observamos en nuestro alumnado debido a experiencias pasadas negativas (“a mí siempre se me dieron mal las matemáticas”, era el comentario de un niño de diez años) se requiere un cambio de mirada y trabajar pacientemente con actividades adecuadas. Por ejemplo, podemos dividir a la clase en grupos de cuatro a seis. El grupo escribe en una hoja aspectos positivos de cada integrante, se hace un resumen de las cualidades anotadas y se le entrega a cada participante. Se repite en cada grupo y finaliza cuando toda la clase haya sido valorado por el resto (Vaello, 2011).
- Posibilidad de elección: Qué mejor manera para motivar al alumnado que fomentar su participación permitiéndoles posibilidades de elección y haciéndolos protagonistas activos de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Al elegir voluntariamente, se involucran más, fomentamos su autonomía y perciben las tareas como un juego, ese mecanismo natural en el que confluyen las emociones, el placer y la recompensa y que es imprescindible para el aprendizaje. Por ejemplo, se les hace participar directamente en el establecimiento de normas de comportamiento en el aula para que puedan responsabilizarse directamente de su elección. O en el tiempo dedicado a la lectura, se les permite que elijan qué desean leer con la condición de que compartan su aprendizaje con el resto.
- Sonríe, por favor: Cuando se le pregunta al alumnado qué valoran de su profesorado, suele aparecer el sentido del humor. Cuántas veces hemos asistido a las tradicionales clases magistrales en las que impera un ambiente frío y solemne en el que todo lo que se aleje del silencio sepulcral es interpretado como disruptivo. Pues bien, la neurociencia está demostrando que para optimizar la atención se requiere todo lo contrario, es decir, novedad, actividad y movimiento, pudiendo afirmar que los entornos aburridos dificultan el aprendizaje. Qué mejor manera para generar climas emocionales positivos que cultivar la sonrisa y cierto desenfado que sabemos que es contagioso. Al fin y al cabo, el contagio emocional es el precursor de la empatía. Al estar de buen humor aumenta la creatividad, resolvemos mejor los problemas y tomamos decisiones más acertadas. Como comentan Anna Forés y Marta Ligioiz: “Sesiones de risa y humor cada día, tras algunas horas de clase, significarán un cambio sustancial, con elevación del estado anímico del alumnado y profesorado. Una atmósfera educativa saludable y estimulante” (Forés y Ligioiz, 2009). Pero evitando ese sarcasmo tan habitual en la profesión docente.
- Importancia de las artes: La neurociencia está demostrando la importancia de las disciplinas artísticas como la música o el teatro, para desarrollar competencias básicas en el proceso de desarrollo personal y académico del alumnado como la colaboración, la perseverancia o el autocontrol. Y la adquisición de toda esta serie de habilidades sociales, emocionales y cognitivas no debería aprenderse en actividades marginales, como se hace a menudo, sino que deberían de formar parte del currículo. ¿Se imaginan las tablas de derivadas a ritmo de rap o las leyes de Newton escenificadas en una obra de teatro? Pues es posible.
- Aprendizaje social y emocional: La educación emocional ha de ser un proceso continuo que permita adquirir una serie de competencias esenciales para el desarrollo integral del alumnado y que le permita afrontar la vida aumentando su bienestar personal y social. El objetivo de las actividades elegidas (seguramente para realizarlas en las actividades de tutoría, aunque este aprendizaje debe estar en conexión con el resto de asignaturas) ha de ser el de desarrollar habilidades para generar emociones positivas o adoptar actitudes positivas ante la vida, entre otras (Bisquerra, 2012). Se fomenta así la colaboración entre alumnado, la asertividad, el respeto o la adquisición de estrategias para la mejora de la regulación emocional, como el aprendizaje de ese diálogo interno imprescindible que nos puede hacer más optimistas y mejores gestores de nuestras propias emociones. En este proceso, hemos comprobado que la visión de videos sobre historias reales de superación personal y su posterior análisis colectivo resulta muy útil.
La ciencia de las emociones positivas: por qué un cerebro feliz aprende mejor
Para entender la importancia de este enfoque, debemos primero comprender qué ocurre dentro del cerebro del alumno cuando experimenta emociones positivas. No es una cuestión de magia, es una cuestión de neuroquímica.
1. La neuroquímica del aprendizaje
Las emociones positivas como la alegría, la sorpresa o la satisfacción provocan la liberación de neurotransmisores clave:
- Dopamina: Conocida como el neurotransmisor de la motivación y la recompensa. Se libera cuando anticipamos algo bueno o cuando logramos un reto. La dopamina aumenta el estado de alerta, la concentración y la motivación para seguir aprendiendo.
- Serotonina: Juega un papel crucial en la regulación del estado de ánimo. Niveles adecuados de serotonina se asocian con la calma, la paciencia y el optimismo, creando un estado mental idóneo para el aprendizaje.
- Endorfinas: Actúan como analgésicos naturales y generadores de bienestar, reduciendo los niveles de estrés y ansiedad.
Un aula que genera estas emociones es un aula que está, literalmente, “dopando” neuroquímicamente al cerebro de sus alumnos para que aprenda mejor.
2. El papel de la amígdala: de guardián a facilitador
La amígdala es una pequeña estructura en el sistema límbico que actúa como el “detector de humo” del cerebro. Está constantemente escaneando el entorno en busca de amenazas. Cuando un alumno siente miedo (a equivocarse, al ridículo, al profesor), la amígdala activa la respuesta de estrés (“lucha, huida o bloqueo”). Esto “secuestra” los recursos de la corteza prefrontal, el área del cerebro responsable del pensamiento racional, la planificación y la memoria de trabajo. En resumen: un alumno con miedo no puede pensar con claridad.
Las emociones positivas hacen lo contrario: desactivan la alerta de la amígdala. Crean un estado de seguridad psicológica. Cuando la amígdala está en calma, la corteza prefrontal tiene vía libre para operar, permitiendo que el alumno se concentre, sea creativo y resuelva problemas complejos.
3. La teoría “Ampliación y Construcción” de Barbara Fredrickson
La psicóloga Barbara Fredrickson, figura clave de la Psicología Positiva, propuso una teoría revolucionaria. A diferencia de las emociones negativas (como el miedo), que estrechan nuestro foco de atención para sobrevivir a una amenaza concreta, las emociones positivas (como la alegría, la curiosidad o la gratitud) “amplían” nuestro repertorio de pensamientos y acciones.
Cuando un alumno se siente curioso, su mente se abre a explorar más ideas. Cuando se siente seguro, se atreve a hacer preguntas y a arriesgarse en sus respuestas. Esta mentalidad abierta, a su vez, le permite “construir” recursos personales duraderos: recursos intelectuales (conocimiento, resolución de problemas), recursos sociales (relaciones de confianza) y recursos psicológicos (resiliencia, optimismo).
Las emociones positivas clave en el aula y cómo cultivarlas
Fomentar un clima positivo no es una idea abstracta. Se trata de cultivar activamente emociones específicas que actúan como catalizadores del aprendizaje.
- 1. La Curiosidad: el motor de arranque
- La curiosidad es el deseo de saber, de explorar lo desconocido. Es el estado emocional óptimo para el aprendizaje. Un cerebro curioso es un cerebro receptivo.
- Estrategias Prácticas: No empieces una unidad didáctica con una definición de libro. Comienza con un desafío, un misterio o una pregunta provocadora (ej. “¿Sería posible construir un ascensor a la luna?”, “¿Qué pasaría si mañana desaparecieran todas las abejas?”). Utiliza el Aprendizaje Basado en la Indagación, donde los alumnos, guiados por ti, deben “descubrir” las respuestas en lugar de recibirlas pasivamente.
- 2. La Seguridad Psicológica: el permiso para equivocarse
- Es la creencia compartida por los miembros de un grupo de que es seguro asumir riesgos interpersonales. En el aula, es la sensación del alumno de que puede levantar la mano, hacer una pregunta “tonta” o proponer una idea diferente sin miedo a ser ridiculizado por sus compañeros o menospreciado por el docente.
- Estrategias Prácticas: Gestiona el error como una oportunidad de aprendizaje, no como un fracaso. Cuando un alumno se equivoque, agradece su participación (“¡Qué buena pregunta!, vamos a explorarla…”) en lugar de corregir en rojo. Modela la vulnerabilidad: admite tus propios errores (“Hoy me he equivocado al explicar esto, vamos a revisarlo”). Establece normas de clase claras sobre el respeto a todas las opiniones.
- 3. El Orgullo y la Satisfacción: el refuerzo del logro
- Son las emociones que surgen al superar un reto y reconocer el propio esfuerzo y competencia. Son fundamentales para construir la autoeficacia, es decir, la creencia de “yo soy capaz”.
- Estrategias Prácticas: Fomenta una mentalidad de crecimiento (Growth Mindset). Alaba el proceso, el esfuerzo y la estrategia, no solo el resultado o el talento (“He visto cómo has luchado con ese problema y la estrategia que has usado es brillante”). Utiliza portfolios de aprendizaje donde los alumnos puedan ver su propio progreso a lo largo del tiempo. Celebra las pequeñas victorias, no solo la nota final del examen.
- 4. La Gratitud y el Reconocimiento: el pegamento social
- La gratitud es una emoción social que fortalece los vínculos y cambia el foco de lo que falta a lo que se tiene. Cultivarla en el aula mejora el clima y reduce los conflictos.
- Estrategias Prácticas: Implementa rutinas sencillas como un “muro de la gratitud” donde los alumnos puedan escribir en post-its cosas por las que están agradecidos. Fomenta el reconocimiento entre pares: dedica un minuto al final de la semana para que los alumnos puedan agradecer públicamente a un compañero que les haya ayudado.
- 5. La Alegría y el Humor: el lubricante del aprendizaje
- El aprendizaje no tiene por qué ser solemne para ser serio. La alegría y el humor reducen la tensión, aumentan la cohesión grupal y hacen que la experiencia escolar sea memorable y placentera.
- Estrategias Prácticas: Utiliza la gamificación: introduce elementos de juego, retos y competición sana en tus clases. No tengas miedo de usar el humor (¡incluso reírte de ti mismo!) para explicar un concepto. Celebra los éxitos de forma entusiasta.
El rol del docente: de transmisor de contenidos a arquitecto de climas emocionales
Esta visión de la educación pone un inmenso poder, y también una gran responsabilidad, en manos del docente. El profesor se convierte en el principal arquitecto y gestor del clima emocional del aula. Su propia actitud, sus palabras y sus acciones son las que, en gran medida, sintonizan el estado emocional del grupo.
Tabla: El Docente como Regulador Emocional del Aula
| Habilidad del Docente | Acción Práctica en el Aula | Impacto Emocional en el Alumnado |
|---|---|---|
| Escucha Activa y Empática | Prestar atención plena al alumno que habla, validar sus sentimientos (“Entiendo que esto te frustre…”). | Sensación de seguridad, confianza y pertenencia. Reduce la ansiedad. |
| Modelado de la Calma | Gestionar un conflicto o un imprevisto con serenidad, sin levantar la voz ni reaccionar impulsivamente. | Transmite calma al grupo (las emociones son contagiosas). Enseña autorregulación con el ejemplo. |
| Enfoque en el Proceso | Alabar el esfuerzo, la estrategia y la perseverancia, más allá de la nota final. | Fomenta la motivación intrínseca y el orgullo por el trabajo bien hecho. Reduce el miedo al fracaso. |
| Uso de la Sorpresa y la Pasión | Mostrar entusiasmo genuino por la materia. Empezar la clase con un gancho o reto inesperado. | Despierta la curiosidad y la motivación. Hace que el aprendizaje sea memorable. |
El desafío: el autocuidado del docente
Para poder ser un gestor de las emociones de los demás, primero debes saber gestionar las tuyas. Es imposible fomentar un clima de aula positivo si el docente está crónicamente estresado, agotado o “quemado”. El bienestar docente, por tanto, no es un asunto personal, sino la piedra angular de esta metodología. Un docente que practica el autocuidado, que sabe poner límites y que gestiona su propio estrés, es el que tendrá la energía emocional necesaria para crear un entorno positivo para sus alumnos.
La actitud se entrena, el bienestar se construye
Como hemos visto, crear un clima emocional positivo es mucho más que “tener buena actitud”. Es una competencia profesional de alto nivel que requiere un conocimiento profundo sobre la gestión emocional, la psicología positiva y las estrategias pedagógicas que las fomentan. Estas habilidades no son innatas; son el resultado de un aprendizaje y una práctica conscientes.
Sentirse capaz de gestionar las emociones de un aula diversa, de prevenir el acoso escolar, de fomentar la resiliencia en alumnos desmotivados o de manejar el propio estrés es uno de los mayores retos de la profesión. Y para afrontar este reto, la formación es la respuesta.
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