La incidencia de los trastornos de conducta en menores y adolescentes

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Existe una preocupación generalizada entre personal docente, familias y sociedad en relación con los problemas de conductas que presentan tanto menores como adolescentes. Estos comportamientos suelen aparecer cuando tienen que cumplir normas o someterse a un cierto grado de disciplina o cuando no consiguen una satisfacción inmediata de algunos de sus intereses.
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Algunas conductas de oposición son, en momentos concretos, importantes para el desarrollo y la formación de la propia identidad y la adquisición de habilidades de autocontrol y desarrollo personal. Sin embargo, hay menores en los que la frecuencia e intensidad de sus emociones están claramente por encima de lo que podría considerarse “normal” para su edad.

Generalmente, los comportamientos y conductas inadecuadas que muestran pueden explicarse como un desajuste dentro de su contexto familiar, escolar o social, pero si éste permanece en el tiempo, pueden ser señalados como problemáticos con la consiguiente etiqueta que, además, suele ir acompañada de otros problemas que dificultarán las posibilidades de adaptación y normalización de su desarrollo.

El ritmo acelerado de vida actual ha modificado los valores y normas sociales. El individualismo y la consecución del bienestar de forma más inmediata tienen como consecuencia que tanto infantes como adolescentes presenten una escasa tolerancia a la frustración, desencadenando muchas conductas de descontrol en el ámbito familiar, escolar y social. Problemas de conducta y emocionales que perjudicarán de manera relevante en su desarrollo educativo, afectando también a otros compañeros y compañeras y al profesorado.

La gravedad o intensidad de los problemas de conducta es amplia y va desde problemas cotidianos más o menos intensos o incómodos hasta los desórdenes del comportamiento recogidos en las clasificaciones internacionales. Gran parte de estos problemas se presentan ya desde la infancia y en muchos de ellos puede observarse la progresión de su gravedad. Es importante diferenciar qué tipos de comportamientos pueden ser considerados normales y cuales pasan a ser graves y se incluirían dentro de los llamados trastornos comportamentales.

Percepción de los trastornos comportamentales

Los trastornos de conducta en la infancia y en la adolescencia, engloban un conjunto de conductas que implican oposición a las normas sociales y a los avisos de las figuras de autoridad, cuya consecuencia más destacada es el fastidio o la perturbación casi crónica de la convivencia con otras personas de su entorno: iguales, familia, docentes y personas desconocidas (Fernández y Olmedo, 1999).

Tanto menores como adolescentes, se encuentran en pleno proceso de aprendizaje y en proceso de desarrollo de su personalidad. No tienen aún bien definidos ni interiorizados algunos conceptos, valores, normas, habilidades sociales, etc. y esto hace que sea frecuente que aparezcan comportamientos inapropiados.

En la percepción y definición de estos comportamientos van a influir factores propios de la psicopatología infantil: la edad, su nivel de desarrollo cognitivo, su ambiente familiar y otros aspectos socioculturales.

En relación con la edad, hay que explicar que las conductas valoradas como síntomas de un trastorno en una determinada edad, pueden ser evaluadas como normales en otra. De la misma manera, conductas potencialmente problemáticas suelen presentarse en distinto grado a lo largo del tiempo y su manifestación varía en función de la edad. Así la edad y el nivel de desarrollo cognitivo influyen en la forma en la que un determinado comportamiento es percibido e interpretado por los adultos (Díaz et al., 2006).

Es poco probable que las conductas agresivas de niños o niñas de dos o tres años sean percibidas por sus padres y madres de manera problemática. Sus padres y madres se quejan de las rabietas, pataletas o agresiones de sus hijos e hijas, pero las consideran algo transitorio, contrariamente a lo que suele suceder cuando los niños son mayores.
Imagen 1. Las familias deben marcar límites claros ante conductas agresivas o desafiantes.

La familia es otro de los factores importantes que influye en la valoración de la existencia de un trastorno de conducta. Moreno (2005) explica que gran parte los menores que acuden a una consulta especializada, lo hacen porque sus familiares, docentes o especialista han mostrado algún tipo de preocupación por ellos. En la mayoría de los casos, menores o adolescentes, no suelen tener conciencia del problema ni experimentar problema alguno.

El grado de tolerancia de padres y madres hacia este tipo de conductas es muy variable: a veces, son capaces de justificar una serie de comportamientos destructivos, agresivos e inadecuados como algo “de la edad”, mientras que otros son incapaces de aceptar la más mínima pataleta o un simple desafío de un niño pequeño y solicitan ayuda profesional inmediatamente. Por tanto, la tolerancia de las familias, su estilo educativo y sus habilidades para hacer frente a estas situaciones, desempeñan un papel relevante en la propia definición de los problemas infantiles.

Conductas propias del desarrollo y conductas problemáticas

Algunas conductas problemáticas son características de una etapa concreta en el desarrollo normal del niño o niña y tienden a desaparecer en momentos evolutivos más avanzados. La mayoría de menores muestra en algún momento y circunstancia conductas desadaptadas.

Si estas conductas surgen de manera aislada, no van a suponer ninguna significación clínica ni social para la mayoría de los niños y niñas. No obstante, si esas conductas se presentan de manera extrema y no remiten con el tiempo, pueden tener repercusiones importantes tanto para el niño o niña como para su entorno.

De hecho, uno de los requisitos más determinantes que permite hablar de un problema de conducta, es el mantenimiento en el tiempo, aunque en su inicio se haya considerado dentro de los límites de la normalidad.

Además, hay que considerar que ciertas conductas perturbadoras cumplen una función en las distintas etapas del desarrollo (Díaz y Díaz-Sibaja, 2005). En la primera infancia el humano, tiene cambios a nivel de desarrollo muy rápidos, pasan a ser más independientes, verbales, dinámicos, exploradores del mundo que les rodea. Los familiares van a potenciar la independencia en ciertos hábitos y áreas (querrán que coman solos, que se vistan, etc.), pero su autonomía en otras puede ser vivida como problemática (llevarse objetos a la boca, arrojarlos, etc.). Por lo que el comportamiento va unido al desarrollo del concepto de sí, por lo que es necesario aprender que sus conductas tienen consecuencias en quienes le rodean y querrán comprobar sus propios límites.

Imagen. Las familias deben establecer límites desde edades tempranas y ser firmes, donde cada menor debe tener claro que cada acción que desarrolle tiene una consecuencia.

En este sentido, Jové (2012) explica muy bien lo habitual de transgredir las normas impuestas por sus padres y madres en la primera infancia, incluyendo esta actitud como normal dentro del desarrollo y personalidad de cada menor:

El aprendizaje de las normas sociales llega pronto en el proceso evolutivo, diferenciando las realmente importantes de las que no lo son, se hace con el mecanismo llamado Trasgresión. Desde los 2-3 años, saltarse las normas parece el procedimiento más adecuado para explorar la realidad normativa de la familia, ya que, al hacerlo y observar la reacción de las personas adultas, los niños son capaces de establecer qué normas son importantes, cuáles no los son y cuáles lo son sólo a veces. Por eso es por lo que, aunque parezca que quiera llevarle la contraria, lo único que está haciendo es comprobar si aquello es tan importante como parece.

El diagnóstico de trastorno comportamental se atribuirá a aquellos niños y niñas que presenten pautas extremas de dichas conductas. En concreto, se aplicará cuando evidencien de manera frecuente y repetitiva conductas antisociales, muestren un desajuste significativo en el funcionamiento diario en casa, en el colegio y se consideren como incontrolables por familia y profesorado.

En conclusión, aspectos no formales como los explicados (edad, familia, etc.) deben ser muy tenidos en cuenta. Y se debe entender que, por una parte, a conductas oposicionistas (habituales en ciertos momentos del desarrollo) no se les puede atribuir significación clínica o legal, ni son predictivas de patologías posteriores a pesar de darse con cierta intensidad en algunos momentos del desarrollo; por otra parte, algunas conductas antisociales declinan a lo largo del curso del desarrollo normal.

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Laura Molina García
Actualmente desarrolla en AFOE la coordinación y docencia de acciones formativas postgrado para de la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla) y Universidad Nebrija (Madrid). Docente en los planes de Formación Continua de la Diputación de Sevilla. Instructora acreditada en Mindfulness. Licenciada en Pedagogía, Máster universitario en Género e Igualdad, Máster universitario en Mindfulness, Experta universitaria en Educación Social y Experta universitaria en Tutoría y Enseñanza E-learning

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