Charles Darwin, en su momento, fue quien realizó el primer esfuerzo serio por estudiar científicamente las emociones, llegando a la conclusión de que las conductas emocionales evolucionaron porque de alguna manera beneficiaron a aquellas especies que las utilizaron de forma efectiva.
Ibarrola (2004) define la emoción como una “reacción que se vivencia como una fuerte conmoción del estado de ánimo; suele ir acompañada de expresiones faciales, motoras, etc. y surge como reacción a una situación externa concreta, aunque puede provocarla también una información interna del propio individuo”. Las emociones son fenómenos multidimensionales caracterizados por cuatro elementos:
- Cognitivo (cómo se llama y que significa lo que siento).
- Fisiológico (qué cambios biológicos experimento).
- Funcional (hacia donde dirige cada emoción mi conducta).
- Expresivo (a través de que señales corporales se expresa).
Esta misma autora indica que el sentimiento es más duradero que la emoción, pues se trata de una actitud originada a partir de una emoción, pero que perdura. Todo sentimiento se encuentra filtrado por la razón, consiste en una percepción sensorial y predispone a responder con una determinada emoción. Existen autores que consideran al sentimiento como el componente cognitivo de la emoción, para otros los sentimientos son emociones voluntarias.
Así, las experiencias emocionales de cada persona quedan configuradas por la interacción entre la herencia, historia de vida y el medio con el que nos relacionamos. Dichas experiencias van conformándose a lo largo del proceso de aprendizaje y del establecimiento de las relaciones sociales, de modo que las personas vamos configurando unos esquemas emocionales basados en la experiencia y en temperamento. Dichos esquemas se basan en el estilo de respuesta emocional que caracteriza a cada una de las personas.
Todo ello conlleva la idea de que la educación debe contribuir al desarrollo de habilidades relacionadas con el control emocional, aspecto básico para la salud mental y la convivencia.
Por eso mismo, contamos con cursos homologados de sanidad y cursos para docentes donde trabajamos estos aspectos.
Una niña o niño, que sabe cómo gestionar sus emociones, probablemente tendrá mejores resultados académicos y, además, contará con una mejor preparación de cara a su incorporación al mundo laboral. La posibilidad de educar las emociones y el comportamiento humano quizás sea uno de los grandes descubrimientos de las últimas décadas. Gracias al desarrollo de programas, contrastados científicamente, tenemos la posibilidad de desarrollar las denominadas “habilidades para la vida”. Se trata de competencias y destrezas del ámbito social, ético y emocional que mejoran y complementan las habilidades cognitivas e intelectuales de los individuos. En este sentido, problemas de absentismo escolar, bullying y el auto bullying al que a veces nos sometemos intrínsecamente, consumo de alcohol y drogas obligan a tomar nuevas estrategias didácticas para la consolidación de comunidades de aprendizaje y transferencia de conocimientos y experiencias educativas. Por ello, se hace fundamental desarrollar conocimientos que favorezcan la promoción y desarrollo de competencias y habilidades básicas para la vida. (Brackett et al., 2004; Bisquerra, Pérez-González y García, 2015).
Referencias bibliográficas
- Brackett, M. A., Mayer, J. D., & Warner, R. M. (2004). Emotional intelligence and its relation to everyday behaviour. Personality and Individual differences, 36(6), 1387-1402.
- Bisquerra, R., Pérez González, J. C., y García Navarro, E. (2015). Inteligencia emocional en educación. Madrid: Editorial Síntesis.
Cómo citar este artículo
AFOE Formacion (2020): Competencias emocionales: la mejor apuesta para momentos difíciles. Sevilla: AFOE Formacion. Recuperado de: https://www.afoe.org/apoyo/competencias-emocionales-para-momentos-dificiles/